Septiembre, como enero, es uno de los meses en los que más se incrementan las inscripciones en el gimnasio, en las escuelas de idiomas y, en general, en todas aquellas actividades que siempre queremos introducir en nuestra vida y que, en el mejor de los casos, comenzamos pero, al final, fácilmente abandonamos.
Muchas personas durante las vacaciones salen, de alguna manera, del piloto automático que conduce sus vidas y reflexionan sobre dónde están en ese momento y dónde se proponen llegar. Está fenomenal encontrar el tiempo para uno mismo y pararse a pensar en todo eso, ojalá lo hiciéramos más a menudo pero, estadísticamente, es cierto que el verano y la bendita desconexión de la rutina son una llamada a este tipo de pensamientos. El resultado es que nos sorprendemos trazando planes de todo aquello que vamos a comenzar en septiembre y que nos ayudará a conseguir una mejor versión de nosotros mismos superados los excesos estivales.
Queremos mejorar nuestro bienestar (hacer ejercicio, comer más sano, respetar las horas de sueño, etc.) y nuestro desarrollo personal/profesional (aprender un idioma, apuntarnos a cursos nuevos, leer más, etc.) y eso está genial pero, si siempre tenemos los mismos propósitos, o parecidos, algo debió de pasar el año pasado que lo truncó todo, ¿no crees? ¿Qué impidió que las buenas intenciones de todo aquello que te propusiste hacer no llegaran a buen puerto? ¿Por qué te apuntaste a actividades en un acto heroico de “este año sí que sí” y luego no fuiste ni dos días seguidos? ¿Por qué pagaste clases a las que no asististe? ¿Por qué comiste cualquier cosa y no lo que debiste comer? ¿Por qué te propusiste irte una hora antes a dormir, llegó el momento y seguiste enganchado a Netflix? Es más, ¿por qué metido en la cama sigues dando corazones a Instagram y no has abierto el libro de la mesilla en varios días? Te lo cuento…
Permíteme explicarte lo que está ocurriendo dentro de ti usando el ejemplo del gimnasio, el caso de todas esas personas que se proponen hacer más ejercicio físico, pero que sería válido igualmente para cualquiera de los demás ejemplos que se te ocurran o que se identifiquen contigo. Cuando decides apuntarte estás buscando tu bienestar y éste tendrá resultados a largo plazo, así funciona en la mayoría de las cosas que nos proponemos hacer conscientemente. La mejora no será evidente hasta que haya transcurrido un tiempo.
Tú, con toda la motivación del mundo, pagas tu matricula y te vas a comprar ropa chula y colorida para tener un aliciente más, que no se diga que esta vez no es de verdad. Esta vez sí que sí. Llega el día de ir y, qué casualidad, te duele la cabeza o, ufff, has tenido un día horrible en el trabajo y no te mereces hacer ese sacrificio precisamente hoy. Por otro lado, por un día que no vayas… teniendo en cuenta que llevas años sin ir… Y la verdad es que mal, mal, mal, lo que se dice mal, tampoco estás, tu vecino de puerta… ese sí que está mal el pobre y, sin embargo, ahí está tan feliz con su barriga. Nada, mañana vas, te acuestas hoy antes y mañana estarás más fresco. ¿Te suena alguno de estos argumentos? Son los que una vocecilla dentro de nosotros nos dice cada vez que queremos emprender algo que supone un esfuerzo, en coaching la conocemos como el “saboteador” y vive en tu inconsciente, el que representa el 85% de tu cabecita.
¿Qué pretende esta voz salida de los infiernos que siempre nos acaba convenciendo para tirar la toalla? Pues, además de hacerse eco del instinto de supervivencia y convencerte de que ahorres energía (está enfocada en que vivas), lo que pretende es tu bienestar a corto plazo y no a largo plazo. Es decir, ella busca tu satisfacción AHORA (y ahora donde mejor se está es descansando en el sofá) y tú la buscas A LARGO PLAZO (mejorando tu salud de manera constante de aquí en adelante). Ahora que sabes que esa voz sólo tiene la intención, de alguna manera, de “ayudarte”, de salvarte la vida, te cae un pelín mejor, ¿a qué sí? No obstante, nuestros propósitos son buenos, hemos tomado la decisión y hay que cumplirlos de una vez. ¿Cómo hacemos?
Fulminar esa voz dentro de nosotros es imposible y, además, nos perjudicaría, probablemente moriríamos pronto porque es la que se encarga de que sobrevivamos (si quisieras hacer una dieta en la que te matases de hambre, esa voz te convencería para acudir a la nevera a darte un atracón para evitarlo). Dado que convive con nosotros, como buenos compañeros de piso que somos, tenemos que llegar a acuerdos con ella que satisfaga a ambas partes para vivir en paz y asegurarnos de que no boicotea nuestros planes. Se trata de compensar ambos deseos, los suyos y los nuestros. ¿Cómo? Por ejemplo, en este caso, una opción que satisfacería a ambas partes sería ir al gimnasio tres días en semana y tomarse el resto de las tardes libres para hacer otras cosas o, directamente, no hacer nada, el hobby favorito de tu voz, el ahorro máximo de energía. En definitiva, tienes que pensar en algo que, en este caso y en cualquier otro, os deje contentos a los dos. Tú pides y ella cede y viceversa.
Cuando lo hayas hecho, escríbelo, apunta lo que te propones hacer por tu bien, indicando qué días, a qué horas y con datos lo más concretos posibles. Asímismo, especifica lo que estás dispuesto a ceder el resto de los días por tu voz. Fírmalo y guárdalo en la cartera. El día que te hayas propuesto ir al gimnasio y no tengas ganas de ir, asume que es tu voz la que habla, coge el papel y léelo en alto para recordarle vuestro acuerdo, haciendo especial énfasis en todo lo que tú estás cediendo por ella en ese pacto que hicisteis. Sé fuerte y tira para el gimnasio.
¡Mucha suerte y mucho ánimo! Esta vez lo lograrás. Recuerda que dentro de ti sois un equipo trabajando juntos por vuestro bienestar. Nada se opone a él.